Andoni Mercero y Alfonso Sebastián

Los teóricos del XVIII consideran la escritura en trío como ideal de composición: síntesis perfecta entre la linealidad del contrapunto, el poder de la armonía y la expresión de la melodía. Ningún contemporáneo logró ese ideal de forma más perfecta que J. S. Bach, cuyas sonatas para violín y clave obbligato todavía despertaban el entusiasmo de su hijo Carl Philipp Emanuel en 1774. El aprecio por el ciclo, aun después de la muerte de su autor, se debe al hecho de que la materialización del principio del trío en estas sonatas no solo se corresponde con las ideas sobre la perfección armónica del propio Bach, sino también al de hacer justicia a la primacía que las nuevas generaciones, imbuidas del culto al individuo y la sensibilidad (Empfindsamkeit), concedían al sentimiento melódico.

Bach dedica aquí sus esfuerzos a combinar los estilos europeos, creando una polifonía lírica única: su densa escritura en contrapunto estricto se inscribe en la gran tradición germánica, pero la vivacidad, el estilo cantabile y la plasticidad de sus líneas melódicas llevan el sello inconfundible de lo italiano.

Las tres sonatas del ciclo que incluimos en este concierto adoptan la estructura de la sonata da chiesa en cuatro movimientos. El primero es una introducción de carácter serio, un elegante recitativo, arioso o aria soñadores, con un acompañamiento riguroso que imprime un pulso regular. El segundo es, conforme a la tradición italiana, un allegro fugado cuya energía contrasta con el anterior. Así pues, los dos primeros tiempos se articulan como un preludio y fuga. En el tercero Bach se aleja de la tradición que exigía una pieza a tres al modo de una sarabanda, abandonándose a la meditación poética. En cuanto a los finales, son páginas plenas de virtuosismo que se dirían extraídas de algún concierto italiano.

La sonata BWV 1023 que completa el programa es una obra más antigua, en la que al violín acompaña un bajo continuo, con un primer movimiento a modo de toccata, típico del stylus phantasticus al que sigue un dramático adagio repleto de disonancias y dos danzas, que, aunque enlazan con el universo francés, son de escritura italiana.

Alfonso Sebastián Alegre